El ambiente en la gran sala era pesado y solemne, con una atmósfera tensa que vibraba en el aire. Las altas paredes de piedra y los ventanales góticos reflejaban una luz pálida que apenas iluminaba los rostros de quienes estaban allí reunidos. Todos los presentes parecían afectados por la extraña presencia de los dos recién llegados, cuyos rostros jóvenes, pero maduros, causaban una mezcla de desconcierto y fascinación. Los mellizos, Filomena y Harry, emanaban una elegancia casi etérea, como si estuvieran fuera de lugar y tiempo. Era evidente que compartían la belleza de su padre, Herbert, pero en ellos, esa belleza se mezclaba con algo más profundo, una sombra de experiencia que no encajaba del todo con su apariencia juvenil.La voz de Filomena era suave, casi hipnótica, mientras trataba de explicar su posición con calma. Sus palabras flotaban en el aire como una promesa velada.
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