CAPÍTULO 20. UN ROSTRO FAMILIAR
En la Clínica privada—¡Gracias, Luisa! ¡Eres muy buena y amable conmigo! —declaró Adriana con una voz dulce— ¿Sabes? Apenas, me restablezca, te compensaré en el trabajo, dando lo mejor de mí.—¡Ya lo haces, Adriana! —indicó Luisa, acariciando la mejilla de ella, con mucho cariño. En el poco tiempo, que tenían juntas, esta se había encariñado mucho con ella y la miraba como a una hija más.Debido al cuadro que presentaba Adriana, fue hospitalizada por veinticuatro horas. Posteriormente, le dieron de alta y estuvo de reposo tres días, al cuarto, se incorporó a su trabajo. Después, de esos días de suspensión, ella en deuda moral con Luisa y Nilo, se dedicó en cuerpo y alma a desarrollar su trabajo.Justo a los dos meses de estar trabajando en el restaurante, entraron al mismo, dos hombres muy guapos, altos, atléticos, uno más joven que el otro. El de mayor edad, tenía unas facciones que se le hacían muy familiares a Adriana. Ellos se convirtieron en el centro de atención de todos los co
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