GINA. Sé que soy una idiota al no haberme negado y evitado esta situación tan incómoda. Nos encontramos en un pequeño pero lujoso restaurante, cerca de la playa. Miro a Richard, quien siempre lo había conocido como alguien muy relajado y caballeroso, pero hoy se encuentra tenso como la mirada fija al frente, observando a Simon, quien está despreocupado, feliz de asistir y unirse a nosotros. Miro hacia mis manos, nerviosa, lista para hacer cualquier pregunta que pueda tranquilizar la situación, pero la voz del mesero interrumpe, causando que salte en mi asiento, soltando un pequeño chillido, mirando con disculpas hacia el camarero, quien me tranquiliza. —¿Está todo bien, Gina? —me pregunta Richard tocando mi mano, sonriéndome con dulzura. — Yo… —Tranquila, casi se te sale el alma del cuerpo —bromea Simon, colocando su mano detrás de mi espalda, guiñándome un ojo, y trato de sonreír lo mejor que puedo. —Gra-gracias a los dos —respondo con mi voz temblorosa, notando cómo nuevamente
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