Escribo un artículo sobre la esposa de Amadeo y su vida junto al gobernador, el cual le encanta. Uso ironía en algunas partes, pero ni ella ni sus pomposas amigas se dan cuenta. Una tarde, me invita a tomar el té en su casa. Su esposo llega y, al verme, Amadeo cambia la expresión.—Querido, te dije que la iba a convencer —le asegura Mabel, orgullosa de tenerme allí para él—. Ya revisé el contrato y se lo envié a tus asesores. Ellos dijeron que estaba bien. Si lo deseas, lo tengo en tu oficina, listo para que lo firmes.Esta mujer necesita algo para calmar su ansiedad. Se nota que intenta complacerlo. Aun así, la cara de Amadeo es un poema. Él me sonríe y me saluda falsamente. Yo le respondo de la misma manera. Luego, le pide a su esposa que lo acompañe al estudio. Tardan casi media hora en volver. Cuando lo hacen, me entrega el contrato, firmado. Al parecer, ella influye mucho en él, ya que yo creí que no lo haría por cómo me había mirado.Escribo eso en mis notas y, al verme, ella me
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