En un espacio de veinte metros cuadrados rodeado de ventanas con cristales en tonalidades azules, que deja a preciar la ciudad de Orlando. La sala de juntas cae en un sepulcral silencio que, desde el último piso, se logra escuchar los vehículos transitar en las avenidas. Demitrius se ve incrédulo como cada día que pasa, y según avanza la confianza entre su asistente y su hermano, así mismo aumenta falta de interés por guardar las apariencias por lo menos delante de él. Ann, avergonzada, disimuladamente, da un paso hacia atrás a apartándose de Andreus. No puede negar que le gusta la cercanía del incorregible; sin embargo, no le agrandan las demostraciones de afecto en el trabajo. Es una falta de respeto y un acto muy poco ético. —Buenos días, señor Andreus, que bueno verlo bien.Responde ella sin mirarlo, mientras ruega que su jefe, quien llegó de muy buen humor a la empresa, no se moleste por la acción de su gemelo. —Ann, ya te dije que no tienes que cambiar tu forma de tratarme so
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