Al día siguiente fue igual. Emiliano tenía otra cita, y luego otra cita y otra cita…, hasta qué las citas comenzaban a venir en la casa, y aquello incomodaba más a la Margaret. Las risas de todas esas mujeres, que siempre la trataban como empleada.Obvio que, para los ojos de Emiliano, ella era la niñera de su hijo, pero eso no les daba derecho a sus amantes de turnos faltarles el respeto. La imagen que comenzó a tener de él, como padre ejemplar y esas cosas cursis, comenzó a deteriorarse. Ella no quería que su bebé viviera en un ambiente así, por lo que, se plantó frente a su despacho y golpeó la puerta.La misma fue abierta por una mujer demasiado hermosa, que hizo sentirla tan pequeña y fea, y de repente se olvidó de lo que iba a decir.— ¿Necesitas algo, Marge? — preguntó.— Nada, señor De Lucca. Volveré cuando… — Miró a la mujer con el ceño fruncido y luego a su jefe —, esté libre.Margaret salió de ese lugar y se encerró en su habitación, mientras se secaba las lágrimas. Odiaba
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