Reuniendo todo mi valor, me dirigí a la casa de Adrián, preparada para enfrentar lo que viniera. Para mi sorpresa, me recibió, aunque la tensión en el aire era palpable. — ¿Vienes a hablar del divorcio? —preguntó, pero mi respuesta lo dejó en silencio. — No. Adrián, estoy embarazada —confesé, sintiendo cómo el peso de esas palabras caía sobre mí. Por unos minutos, su rostro expresó sorpresa, seguido de tristeza y, finalmente, enfado. — ¿Y me lo refriegas en la cara? No puedes ser más cínica —reprochó con ira. — ¿Qué...? —intenté entender, pero sus palabras me cortaron. — ¿Quieres que sea el padrino o qué? Cuántas veces te pedí tener un hijo y te negaste. Y ahora tendrás un hijo con Leonel —acusó con amargura. — ¡Eres un imbécil, Adrián! ¡Mi hijo es tuyo! —defendí mi verdad, pero su risa despiadada me hizo sentir una punzada en el corazón. — ¿Qué te pasó, Natalia? Leonel no quiere hacerse cargo, y me buscas a mí —dijo con frialdad, y las lágrimas brotaron de mis ojos an
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