Adrián Fontana.No lograba contener mi rabia. La imagen de Álvaro besando a mi esposa ardía en mi mente, incrementando mi furia con cada segundo que pasaba. ¡Ese maldito miserable y mi esposa! No podía creer su traición. Sin pensarlo dos veces, me dirigí a la habitación de Álvaro, movido por una mezcla de ira y despecho. Ahí estaba, la guitarra que él tanto ama, su tesoro más preciado. Recordé cuántas veces lo había escuchado tocarla, sintiendo orgullo por su talento, pero ahora solo sentía rabia. La tomé con fuerza, notando su peso en mis manos. Sin dudarlo, la levanté y la estrellé contra la pared. El sonido de la madera rompiéndose fue como un bálsamo momentáneo para mi furia. La golpeé una y otra vez, con más fuerza cada vez, hasta que la guitarra quedó hecha añicos. Las cuerdas rotas colgaban inertes, y las astillas de madera se esparcieron por la habitación. El eco de los golpes aún resonaba en mis oídos mientras me quedaba ahí, respirando con dificultad, observando el de
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