Hannah sintió una arrolladora sensación de miedo, como si algo dentro de ella se rompiera, pero fue leve, apenas un microsegundo en el que creyó las palabras de Alfonso. Sin embargo, luego lo observó detenidamente, notó el oscurecimiento en el color de sus ojos, el parpadeo nervioso, la incapacidad de sostenerle la mirada al hablar, el gesto derrotado mientras subía por las escaleras.No se había dado cuenta del momento en el que se había sentado en el mueble, presa de un desaliento en las piernas. Había apretado con tanta fuerza los puños que se había clavado las uñas en las palmas. Pero Alfonso mentía. Claro que lo hacía. La forma en la que lo había dicho, el dolor en sus palabras, él quería alejarla para protegerla y diría lo que fuese necesario para hacerlo.Pero Hannah no era una niña. Tomaba sus propias decisiones. No le importaba el dolor que tal vez, hipotéticamente, Alfonso pudiera causarle. No entendía qué era lo que sucedía dentro de sí misma. Estaba enamorada del mismo hom
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