Otra vez esos ojos mirándola, creía que eran ambarinos, pero ahora habían oscurecido, se habían vuelto oscuros, muy oscuros. Miedo… ese miedo a lo incierto que no la dejaba reunir un mínimo de valor para responder, y, que encima, parecía enfurecer más a ese hombre que la tenía retenida en esa habitación… Dos preguntas, dos preguntas le había formulado ese desconocido hasta el momento, ¿Cuál de ellas responder primero? Su cabeza no daba más de sí, intentó balbucear…, pero su boca se negaba a hablar, tampoco ayudó que él la agarrase por los hombros zarandeándola con fuerza. Las lágrimas volvieron a asomar con fuerza a sus ojos, se tapó la cara. La áspera voz del hombre le gritó que estaba esperando. Se decidió por la más fácil, precisamente la que menos interesaba a Daniel y ella lo sabía. Pronunció su nombre con un susurro: -Débora…-¿Débora qué? –Escuchó nerviosa la nueva pregunta de él.-Débora, me llamo Débora Rojas.-Bueno ya hemos empezado, al fin… Dijiste que eras mexicana
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