—Bueno, ya está, no hablemos más de esto. Juan, ¿por qué no te llevo directo al aeropuerto? Deberías mejor marcharte de Puerto Lúmina cuanto antes. Todo esto es, en parte, por mi culpa. Yo, al menos, soy una figura pública, y en lugares concurridos, la familia Leiva no se atrevería a hacerme nada. Aunque claro, mi vida ya no será tan libre como antes, —reflexionó con nostalgia Amapola, después de pensar por un buen rato y tratando de ayudar a Juan a escapar.—No hace falta. Puedes dejarme aquí, en la esquina, —respondió Juan con una calma indiferente, sin mostrar preocupación.—¿Es que acaso no temes morir? —preguntó Amapola, aún inquieta por él.—Los que deberían estar preocupados son ellos, —contestó Juan mientras abría la puerta y bajaba despreocupado del auto, sin añadir nada más.—Haz lo que quieras, —pensó Amapola para sí. Aunque todo esto había comenzado justo por su culpa, ya no podía hacer nada para detenerlo. Había hecho todo lo que estaba en sus manos.Tras despedirse de Ama
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