Narra Fabiola. Los tres días que pasamos en Ámsterdam fueron una montaña rusa de emociones excitantes. Encerrados en el hotel durante toda la noche haciendo el amor, riendo y comiendo hasta quedar con la barriga a punto de estallar. Y por el día, paseando como turistas, hablando sobre nuestro presente. Por alguna razón, ninguno de los dos hemos hablado del futuro más que de amarnos. Y en cierta parte, eso me genera ansiedad. Hemos vuelto al aeropuerto de Ámsterdam, en donde la aerolínea para la que trabaja Diego le ha asignado un vuelo como copiloto a Roma, sin su tripulación. Esta vez, por falta de confianza en la tripulación, debo tomar asiento en primera clase, junto a la esposa e hija del piloto, que ya he conocido y tiene unos cincuenta años. La chica, Zöe, tiene la misma edad de mi cuñada Giselle, y pensar en ella me hace preguntarme qué pensará ella, el señor Rubén y la señora Daniela en cuanto sepan que, más que por infiel, dejé a Danilo por Diego. Les he tomado cariño y
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