Alexander se quedó estático, con el corazón, latiéndole enloquecido. El impacto de que ella lo hubiese escuchado fue tanto que se quedó mudo, incluso hasta su ebriedad se le pasó. Sintió un nudo en el estómago por haberle provocado ese dolor a Eletta, intentó hablar, pero las palabras se atragantaron en su garganta.En cambio, fue Alessandro, con su mirada compasiva y sabia, quien tomó sus manos y se dispuso a responder.—Eletta, mi niña, escuchaste mal, eso no fue lo que quiso decir tu padre —trató de remediar el error de su hijo, pero ella negó.—¡No me mientas, abuelo! Yo lo escuché claramente, que dijo que yo no era su hija, que aceptó a mi mamá en su vida estando embarazada de mí —dijo con la voz entrecortada y las lágrimas rodando por sus ojos.Las palabras de Eletta flotaron en la sala, pesadas como el plomo. La negación de Alessandro se detuvo a mitad de camino, se quedó en un susurro que terminó por perderse entre las sombras del cuarto. Alexander, aún paralizado, sintió cómo
Leer más