OliviaEl silencio en el resto del viaje desde la pista de aterrizaje hasta la mansión de Daemon era palpable, como un manto pesando sobre mis hombros. Dimitri, hombre de confianza de Daemon y aparentemente mi guardián, miraba por el retrovisor de la camioneta negra, con su expresión endurecida por la concentración. No hubo más palabras entre nosotros, ni la necesidad de ellas. La tensión que se respiraba era suficiente para llenar el vacío.A medida que atravesábamos las calles de Moscú, el paisaje se deslizaba ante mis ojos como una película borrosa, la realidad se sentía lejana, casi irreal.Las luces de la ciudad iluminaban el camino, pero en mi mente solo había oscuridad, un propósito que crepitaba en el aire como un fuego que esperaba ser avivado. Sabía que las miradas que encontraría en la mansión no serían cálidas. La mafia rusa no era conocida por su amabilidad, y yo no era más que una intrusa en su territorio, la dama de la mafia italia
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