Cuando Fabio llegó al complejo de edificios residenciales de alta alcurnia, pasó directo al estacionamiento subterráneo. Apagó el auto, miró hacia el lado del copiloto donde la Duquesa estaba dormitando, babeándole la tapicería y hasta con ronquidos bajos incluidos. No pudo evitar negar con la cabeza divertido, de fina y estilizada, no tenía ni uno de sus cabellos, que se enroscaban en su nuca. Se quitó el cinturón de seguridad, agarró atrás las muletas y dio la vuelta hasta su puerta, que abrió suavemente. Le estaba quitando su seguro para cargarla, cuando ella se despertó. — ¿Fabio, ya llegamos? – preguntó con la voz ronca y adormilada — Sí, ven, te cargo en mi espalda que ya has desandado mucho hoy, te debe doler el pie – le explicó agachándose de espaldas a ella. — No, no, cómo crees, yo puedo sol… — Me puedo pasar todo el tiempo que desees así, no tengo apuro —la interrumpió y Carlotta suspiró derrotada. — Bien, tú ganas, guardaespaldas gruñón – y se acomodó lo mejor que
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