Y aunque no quería obedecer, terminó usando aquel vestido, que, aunque era bonito, estaba lejos de ser lo que hubiese escogido. Arlet se miró en el espejo e hizo una mueca de desagrado. Era un elegante vestido de seda, con un tono entre lavanda y rosa, que evocaba delicadeza. Irónicamente, la delicadeza del vestido contrastaba brutalmente con la realidad de su situación, la cual distaba mucho de ser agradable.Sin poder evitarlo, miró sus uñas, las cuales habían perdido todo color y estaban completamente sucias. Sintiéndose extraña las ocultó tras su espalda. «¿A dónde la llevarían?», se preguntó con temor. Minutos después, se encontraba en el interior de un auto, siendo llevaba a quién sabe dónde, como si no fuese más que una muñeca de trapo. En su interior, deseaba protestar, deseaba decir algo, armar un escándalo. Pero una leve mirada a su alrededor le hacía entender que no tenía caso. Cuando el auto se detuvo, Arlet se imaginó un montón de cosas, se imaginó cualquier tipo de
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