Todos los capítulos de ESPOSA CAUTIVA: a la que no podía amar: Capítulo 31 - Capítulo 40
73 chapters
31. ¿Qué diablos te hicieron?
Remo dejó ir a Marianné con demasiado esfuerzo, y durante todo el tiempo que estuvo en aquella habitación, trato de contenerse a sí mismo para no perder la cabeza. — ¿Por qué diablos tardan tanto allí dentro? — preguntó el siciliano en un gruñido bajo a su amigo Marcelo. — Ya sabes cómo funciona esto, debes ser paciente. — Y paciencia es lo que ahora mismo no tengo — cuando quiso incorporarse, la puerta de aquella habitación se abrió. Las tres mujeres salieron una tras otra, con la mirada gacha y las manos cruzadas al frente. Remo alzó en rostro buscando cualquier rastro de Marianné, y cuando la vio, acomodándose con demasiado esfuerzo las tiras de su vestido y limpiándose las lágrimas que manchaban sus mejillas, no lo resistió. Se incorporó de un salto. — ¡Remo! ¡Remo! — llamó Marcelo, pero este ni siquiera volteó a mirarlo. Remo entró a la habitación al mismo tiempo que Marianné alzaba el rostro. — Remo… — musitó ella, mostrándole una sonrisa que buscaba borrar el dolor en su
Leer más
32. Remo debe entregar a Marianné
Remo cayó hacia atrás. Marianné ahogó un jadeo. Y se escuchó otro disparo. Savino había arremetido contra un Valentino que fue sacado de allí por sus esbirros con una herida a un costado. — ¡Remo está herido! — avisó Savino por un auricular, poniendo a toda la gente conectaba a través de este, en alerta. Marianné se arrodilló al verlo tendido, aterrada. — ¡Remo… Remo! — llamó, asustada. Él intentó no toser. — Estaré bien, tranquila. — ¡Tenemos que sacarte de aquí! — dijo Savino, acercándose. — No puede quedar sola, Marianné… no puede… quedar… sola — dijo con voz tambaleante. Su cuerpo ya comenzaba a experimentar el ardor de la bala dentro de su sistema con más fuerza. — No la dejaré — le prometió Savino. Remo asintió, pues era consciente de que en cualquier momento perdería el conocimiento, y no quería que Marianné quedase sin protección. La miró a los ojos. Ella derramaba lágrimas silenciosas que se limpiaba cada tanto. — Haz lo que Savino te diga. No te separes de él. —
Leer más
33. Remo le miente a Marianne sobre la decisión de la cúpula
Cuando Marianné entró a la habitación de Remo y lo vio allí, postrado en aquella cama y cobijado por un sueño profundo, la atravesó un espasmo. — ¿Va a estar bien? — preguntó al doctor con evidente preocupación. El hombre le mostró una sonrisa amable. — Sí, no se preocupe, es un hombre de roble. Marianné asintió y musitó un débil gracias, entonces esperó a que el doctor saliera de la habitación para arrastrar una silla y sentarse a la orilla de la cama. Tomó su mano y la entrelazó a la suya, sintiendo como el frío de su propio cuerpo y la calidez que todavía emanaba de él, colisionaban. No pudo evitar que las lágrimas empezaran a ahogarla, al mismo tiempo que escuchaba la puerta abrirse. Se giró confundida. Era Ginevra. También lloraba. — Todo esto es tu culpa, si lo sabes… ¿verdad? — preguntó con arrogancia contenida. Marianné abrió la boca, pero Ginevra continuó despotricando — Tú eres la única causante que de Remo haya cometido la locura de amenazar a las nonnas de la cúpula
Leer más
34. Vamos a casa
Remo se dio el alta a sí mismo la mañana del día siguiente, y es que a pesar de no estar recuperado del todo, un hombre como él no podía perder el tiempo. — ¿Por qué no esperas un poco más? Podrías tener complicaciones con esa herida — le dijo Marianné, torciendo el gesto, mientras lo veía abotonarse la camisa frente a la ventana. — Es verdad, mi niño, además, todo con nuestra gente se está moviendo tal y como lo ordenaste — añadió la nonna, que desde bien temprano lo fue a visitar, a diferencia de Marianné, que a pesar de las insistencias de Remo, no se movió de su lado en toda la noche, y tampoco quiso ocupar la suite privada que él había ordenado pusieran a su disposición para que ella pudiera descansar. El Gambino se giró con una sonrisa. — Marianné, abuela, me siento bien como para volver a casa, además, no soporto un segundo más en este lugar. La nonna suspiró. — Muy bien, pero no podrás evitar que contrate a una enfermera que te asista médicamente en casa. — Nonna, no har
Leer más
35. Solo déjame imaginar que por esta noche me perteneces
Por otro lado, Savino ya había hecho lo que Remo le pidió cuando volvió a su apartamento. Serafina le había llenado el móvil de mensajes que él ni siquiera sabía cómo diablos escribía tan rápido. Ah, y ni qué decir de los benditos emojis. ¿Qué diablos significaba una bandera roja? Abrió la puerta y su corazón se detuvo cuando vio todo el humo en el interior. ¿Qué carajos? — ¿Nina? — llamó, frunciendo el ceño. — ¡Aquiii! ¡Aquiiii! ¡En la cocina! Corrió a buscarla, preocupado. Y tuvo que ventear el humo para poder encontrarla. La descubrió tratando de sacar todo el humo de la cocina, pero sin un solo rasguño encima. Suspiró aliviado. — ¿Qué pasó aquí? — Pues tenía hambre y quise hacerme algo, pero comenzó a salir humo por todos lados. Savino rio al ver un huevo quemado en el sartén y un trozo de pizza que había congelado en otro. — Deja eso y sal de la cocina, vamos. Yo me encargo. Veinte minutos después, ya el humo se había ido y lo había limpiado todo. Cuando salió, Serafin
Leer más
36. Marianné se entera de los planes que tiene Remo contra su hermano
Cuando llegaron a la mansión Gambino, Remo entrelazó su mano a la de Marianné al bajar del auto. Para ese momento, todo el mundo ya sabía que estaban juntos, que ella era suya. Sin embargo, fue a Priscila a quien no le vino en gracia esa noticia, y todo lo que había hecho durante años para mantener a esa familia lejos de la suya, se comenzaba a tambalear. No podía consentirlo. No podía porque si Remo llegaba a enterarse de las cosas que ella tuvo que hacer en el pasado para no perder a su familia, la odiaría, la odiaría profundamente, así que debía actuar ahora con más inteligencia si quería sacar a esa definitivamente de sus vidas. Mientras tanto, ajeno a todo, salvo a la mujer que llevaba tomada de la mano, Remo no era consciente de lo que se planeaba a sus espaldas. — ¿Dónde está Marcelo? — preguntó a uno de los guardias de la mansión, mientras entraba a la casa. — En el despacho, señor. Lo está esperando. Remo asintió y llevó a Marianné a la habitación, como ella le había pedi
Leer más
37. Tienes que embarazarte de Remo
Después de un largo silencio, Marianné al fin preguntó: — ¿Es cierto? ¿Es… cierto lo que dijo? Odio que lo mirara como si no reconociera en él el hombre que la había convertido en su mujer. — Marianné, escúchame. — ¡Responde, Remo! ¡¿Es cierto?! Remo apretó los puños. Miró a Marcelo por encima del hombro y le pidió que los dejara solos. Cuando volvió su atención a Marianné, suavizó la mirada. Le dolía que lo viese de esa forma. — Sí, es cierto, pero… — sin que pudiera terminar de hablar, Marianné acortó la distancia que los separaba y le atravesó la mejilla con una fuerza que no supo de donde vino. Lo miró con ojos envenenados. Dios, se sentía tan decepcionada — Marianné, escúchame… Ella negó. — ¿Qué quieres que escuche? ¿Lo realmente cruel que puedes llegar a ser? ¿Que mientras dices querer protegerme… hundes más a mi familia? — preguntó con ironía. — Ellos ya no son tu familia. Yo lo soy. Eres mi mujer, y cuando te divorcies, serás una Gambino. Ella negó y se limpió rabiosa
Leer más
38. Una trampa
Esa noche, dominado por el orgullo y un sentimiento oscuro superior a él, Remo se encerró en el despacho y bebió no solo hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada, sino hasta que todo de él comenzó a anhelar arreglar las cosas con Marianné. — Debo hablar con ella — musitó, decidido, antes de incorporarse y acercarse a la puerta. Alguien entró antes de que él tuviera la oportunidad de salir. — ¿Ginevra? — preguntó, confundido. Echó un vistazo al reloj para comprobar lo tarde que era — ¿Qué haces despierta a esta hora? — No podía dormir, y como vi que la luz del despacho estaba encendida, pensé que podríamos hacernos un poco de compañía. ¿Qué dices? — musitó con una media sonrisa afligida. Remo negó. — Lo siento, Ginevra, pero ya me iba a retirar. Dile a una mucama que te prepare un té. — ¡Pero…! — Buenas noches — entonces se retiró, y la dejó allí, sin sospechar lo que pasaría después. Minutos más tarde, entró a la habitación y vio que Marianné dormía profundamente, así
Leer más
39. Remo está seguro de que no pasó nada con Ginevra
Más tarde, esa mañana, Remo despertó con un horrible dolor de cabeza. — Ah — se quejó agudamente, sin comprender por qué se sentía en aquel terrible estado, y se llevó las manos a las sienes, al tiempo que la puerta de la habitación se abría y Ginevra entraba. — Buenos días, cariño — saludó con una sonrisa natural y dejó una charola con alimentos para dos en el desayunador junto a la ventana. Remo frunció el ceño, bastante contrariado. ¿Cariño? ¿Qué carajos? — Ginevra… ¿Qué estás haciendo aquí? Por favor, sal de la habitación — exigió, a la par que se incorporaba y descubría que solo estaba en ropa interior. — Pero… creí que te gustaría que te trajera el desayuno a la cama después de lo de anoche. — ¿De lo de anoche, Ginevra? — rio como si la joven mujer hubiese dicho un chiste y negó con la cabeza, mientras buscaba su pantalón y empezaba a abotonarse la camisa — Escucha, no sé de lo que estás hablando, pero, primero, no deberías pavonearte frente a mi vestida de esa forma, no e
Leer más
40. ¿Regresaras a mi lado?
Después de atravesar un tráfico de los mil demonios, Remo llegó al apartamento de Savino. — ¿Dónde está Marianné? — quiso saber, enseguida, azorado. — En la habitación, tu madre y nina… Sin esperar a que Savino terminara de hablar, Remo subió las escaleras, y no se detuvo hasta que llegó a la habitación. — Lo quieres… ¿no es así? — escuchó a su abuela cuando iba a entrar, pero se detuvo con el pulso acelerado. — Yo… me he enamorado de su nieto, pero, él… él solo jugó conmigo — musitó Marianné, al tiempo que él entraba. Las tres mujeres en aquella habitación alzaron el rostro. — Eso no es cierto — dijo, abriendo al fin la puerta y plantándose allí de pie, a unos enloquecedores pasos lejos de ella. Marianné se limpió las mejillas al tiempo que se incorporaba. No le preguntó qué hacía allí o cómo la había encontrado, por qué era más que evidente. Remo miró a su abuela y hermana. — Déjennos solos, por favor. Marianné negó. — No, no quiero estar en la misma habitación con él… po
Leer más