LISA GALINDO Tanto había suplicado Arturo al cielo que el bebé fuera una niña parecida a mí, que se le cumplió. Rebeca era encantadora de ojos grandes y azules, y cabello delgado y rojo, no solo eso, aunque amaba que Arturo y yo estuviéramos con ella. Estallaba de alegría cuando Emilia pasaba horas a su lado, contándole cuentos o cantando. —Holi… ¿Ya despertó Rebe? —preguntó Emilia asomada a la habitación. Siempre puntual para visitar a su hermana. —Sí, de hecho, ya te estaba esperando, ¿verdad? —Tomé en brazos a Rebeca que comenzó a balbucear y estirar las manos hacia Emilia mientras pataleaba. Ya le urgía aprender a andar, para correr con su hermana mayor. Habíamos programado un pequeño picnic nocturno, solo nosotros cuatro donde aparecían las luciérnagas. Sería la primera vez que Rebeca las conocería y por lo menos yo estaba muy emocionada. Salimos de la finca y nos encontramos con Arturo, quien ya tenía todo listo y organizado en una cesta. Me acerqué con una sonrisa y tomé l
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