EMILIA VEGAPegué las hojas a mi pecho y no pude aguantar mi llanto. Abrí de nuevo la carta para releer como si fuera un acto masoquista que no podía detener. —Antonio… no quiero ningún regalo, solo… quisiera una última oportunidad para verte, para abrazarte. ¡Dios! ¡Te extraño tanto que duele! —dije luchando con el nudo en mi garganta mientras acariciaba su firma, entonces… me di cuenta, la tinta estaba fresca. Pasé de la tristeza a la ansiedad. Una sola pregunta se formulaba en mi cabeza, pero no me atrevía a decirla en voz alta. Inspeccioné más de cerca notando que cada palabra estaba recién escrita. Entonces escuché un taconeo suave, cuando volteé vi una sombra pasar, se dirigía a la puerta trasera. Dejé todo sobre la mesa y salí corriendo detrás, pero cuando se perdió de mi vista, me sentí perdida. Era como si la casa estuviera viva y llena de fantasmas. Intenté calmar mi corazón y cuando estaba a punto de regresar al interior, de nuevo esa sombra apareció por el rabillo de m
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