—Strella, mi amor, ¿podrías tomar un poco más? —le susurré con ternura, alentándola a terminar su desayuno mientras luchaba contra su típica falta de apetito matutino. Después de algunos intentos, logré persuadirla, y me llené de alegría al ver cómo saboreaba cada bocado con deleite.Nathan, sentado a nuestro lado, observaba la escena con una sonrisa cálida, alternando su atención entre nosotras y la vista del jardín a través de la ventana, como si estuviera disfrutando de un tranquilo momento familiar.—Mamá, voy a darme un baño —anunció Strella, levantándose de la mesa.—¿Quieres que te acompañe, cariño? —le ofrecí, preocupada por su seguridad.Ella sacudió la cabeza con firmeza, mostrando su creciente independencia.—No, mamá, puedo hacerlo sola. Ya no soy una niña —respondió con orgullo en su tono, antes de dirigirse hacia las escaleras.Sus palabras resonaron en mi interior, dejando un peso en mi corazón. Me invadió un sentimiento de remordimiento al recordar los años perdidos y
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