El viento le azotaba el rostro con fuerza. Mientras, Emma corría con su hermano mellizo tras ella. Se habían escapado de la vigilancia de su madre por culpa de esa voz que llevaba días acosándola y, sin darse cuenta, ambos se internaron en el bosque. En ese instante, una fuerte tormenta amenazaba con soltar toda su furia sobre la tierra hasta empaparlos.—¡Date prisa, Ethan, corre más rápido! —lo incitó Emma al notar que su hermano se había tropezado con una piedra y se había detenido.—No puedo correr —jadeó el niño de ocho años, con su rizado cabello pelirrojo revuelto y se llevó la mano al tobillo—. Me duele mucho.Emma miró por unos segundos hacia la dirección donde se encontraba la pequeña casa donde vivían. Estaban cada vez más cerca, pero, por momentos, el camino parecía deformarse y el humo de la chimenea se filtraba por el tubo del techo dándole un aspecto siniestro que le provocó un escalofrío.Su madre no les permitía adentrarse en el bosque y, hasta ese instante, siempre h
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