JOHN FOSTER —Es hermosa… ¿no es cierto? —preguntó Rita desde la cama mientras me veía al lado de la cuna de la bebé, viéndola dormir, intentando deducir a simple vista si era mía o no—. Habla con ella, le va a encantar escucharte. Ver a la pequeña criatura me hacía sentir extraño, mi estómago se encogía y mi corazón se aceleraba. Era un angelito. —Mi princesa… —dije en un susurro y, aunque aún era demasiado pequeña, las comisuras de sus labios se torcieron en una suave y gentil sonrisa, mientras se retorcía entre peluches y almohadas, lanzando pataditas juguetonas y estirando sus manitas como si quisiera alcanzarme. No pude resistirme y la tomé en brazos. Era preciosa y conquistó mi corazón. Mi devoción era notoria y a Rita la complacía. Podía apostar a que creía que tener al bebé había sido la mejor manera de asegurar su lugar a mi lado. —No puede ser posible… —dijo Rita llamando mi atención, su rostro era una mueca pálida y desagradable, la mano que no sostenía su celular cerc
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