JOHN FOSTER Había llegado mi hora, Damián tuvo razón, debí deshacerme de ese auto mucho antes. Ahora estaba con un pie dentro de la cárcel y me temía que la pena capital fuera una opción. No había conseguido ningún abogado, y pese a que sabía que tenía todo para perder, me sentía particularmente tranquilo, supongo que era en parte porque no sentía culpabilidad por lo que hice. Aún escuchaba la voz desesperada de Avril, indignada cuando le pedí que no se presentara. Quería enfrentar esto yo solo y mantenerla lo más lejos de este problema, aún así volteaba de vez en vez, examinando las bancas detrás de mí, esperando verla sentada en alguna, sufriendo. El juicio siguió su curso y las pruebas eran difíciles de debatir. Todo estaba en mi contra y el detective solo sonreía, de seguro imaginándome en la silla eléctrica. Durante el breve receso se acercó para regodearse. —John Foster… Un gran empresario, joven y exitoso, condenado por matar a una mujer inocente —dijo entornando los ojos.
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