Apreté los puños y seguí gimiendo y aullando como si me estuviera quemando en carne viva. Porque lo estaba, estaba dejando salir el dolor de mi infierno personal. Aquél en donde no lloré adecuadamente la muerte de mi madre y de mi tío, donde la gente con la que había crecido y llegado a amar era masacrada por guardarme lealtad; aquel dolor de una niña perdida y sin opciones que tuvo que convertirse en un arma letal para sobrevivir, el dolor de ser una paria social cuando lo único que anhelaba era un lugar donde pertenecer. Tomé todo eso y lo usé como arma, como escudo, como súplica y como alivio. Me entregué al dolor abrazándolo dulcemente y me convertí en fuego y humo. Cuando no quedó nada más de mí, abrí los ojos y me incorporé poco a poco. Kyrian se apresuró a ayudarme a levantar y me dejó usarlo como apoyo mientras admiraba a los presentes. Los lobos del pueblo miraban horrorizados la escena y me pregunté vagamente si debí medir un poco más el espectáculo. Kyrian me sostenía fi
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