MÍACuando despierto, detallo mi entorno buscando una explicación clara, al darme cuenta de que se trata de un avión, el miedo invade mi sistema, me incorporo, tengo el cinturón puesto, por lo que por acto reflejo de supervivencia, me lo quito. —No lo hagas, es mejor si te lo dejas puesto. Alguien camina a mis espaldas para sentarse delante de mí. —Franco —digo en medio de un susurro vergonzoso. —El que te acuerdes de mi nombre, hace que me sienta halagado, Mía —sisea con ojos de halcón. Frunzo el ceño, la cabeza me estalla, se da cuenta y enseguida le pide en un perfecto italiano, a una azafata que se acerca con un contoneo vulgar de caderas, una sonrisa falsa que solo encara sus intenciones con él, y un escote promiscuo, algo. —Te traerán agua. Muevo los engranajes de mi cabeza, reuniendo en menos de un minuto, las piezas que faltan en mi rompecabezas, mi padre, el hombre que se supone debía protegerme, me inyectó algo, me ha engañado y ahora estoy en un avión. —¿En dónde es
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