Capítulo 40. Naufrago de mis propias emociones.
El aire estaba impregnado de un perfume a rosas y jazmín, proveniente de los exuberantes jardines que rodeaban la majestuosa mansión. Cada pétalo parecía emitir un susurro suave y seductor, pero para Lizbeth, el aroma era una mera brisa en comparación con la tempestad de emociones que la embargaba. Mientras Sebastián intentaba retener su mano, ella se resistía, evitando su mirada. Temía que, al hacerlo, su vulnerabilidad quedara al descubierto. Ya una vez la juzgó por creerla enamorada en un momento inapropiado, y ahora, si la veía con los ojos húmedos, ¿qué pensaría de ella? ¿Qué diría si, después de solo una noche entre sus brazos, estaba confundida?En ese instante, un suave y melancólico suspiro escapaba de los labios de Lizbeth, como la sinfonía de un corazón dividido entre lo correcto y el deseo. Su mirada, esquiva y llena de tormento, se perdía en la danza de las flores, como si buscara una respuesta entre los pétalos que bailaban al ritmo del viento.«No, señor, ya he sido hu
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