Ricardo y Christopher corrieron hacia la mesa rebasándose el uno al otro, pero a mitad de camino, la gente se les quedaba viendo. Entonces comprendieron que se veían ridículos haciendo eso. Moderaron su andar, pero aún, uno quería estar delante del otro. Cuando llegaron a la mesa, fingieron que nada pasaba, pero los dos se veían retadores a los ojos, con unas fulgorosas llamas en las pupilas, esperando hallar el momento para estar a solas conmigo y convencerme de su amor.―¡Ah ya trajeron la comida! ¡Qué bien! ¡Y el vino, también! ¡Excelente! —comentó Ricardo, de buen ánimo, lo que me puso muy contenta.―¡Sí… mi amor! ¡De hecho, Rosa y yo, ya brindamos con una copa, por nuestro amor, Ricardo! —dije, mientras le guiñaba un ojo a Rosa, para hacerle saber que estaba siguiendo su consejo de luchar por el amor de Ricardo.―¡Oíste! ¡Dijo “nuestro amor”, “suyo y mío”! —resaltó Ricardo, con cierto tono de ironía. —¡Qué pediste, fraile Christopher ! ¿Ostiones? ¿No crees que te pondrán más ama
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