Mi corazón casi se me salía del pecho. ¿Era tan evidente lo mucho que nos atraíamos? ¡¿Ricardo me adoraba?! ¿Por qué en lugar de hacerse el digno y negarlo, se ruborizó? ¡Oh por Dios! ¡Quizás era cierto! ¡Era cierto! Ninguno de los dos dijimos una palabra… Casi no podía respirar por la agitación en mi pecho… Yo esperaba que él dijera algo, que respirara, que se moviera, que parpadeara… Pero, aún sumamente avergonzado, él me estaba mirando, a mí, a los ojos… ¿Me quería decir algo? ¿Iba a confesarme sus sentimientos? No pude evitar quedarme mirándolo también… Por unos eternos segundos, ambos nos mirábamos fijamente a los ojos el uno al otro, esperando una señal que confirmara que las palabras de Rosa eran ciertas… ―Míralos Vanya, ¿no son tiernos? Ambos están tan sonrojados, ¡parecen un par de adolescentes enamorados! Por cierto Vanya, ¿no te importa, verdad? Lo digo por el hecho de que se trata de tu ex… —comentó, al fin Rosa, aligerando un poco la tensión del ambiente, pero
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