El tiempo avanzaba sin pausa, llevando consigo los cambios inevitables que traía consigo. Jazmín, con su vientre abultado, ya llevaba varios meses de embarazo, y cada día que pasaba parecía que su barriga crecía un poco más. Leandro, su esposo, se había vuelto increíblemente sobreprotector con ella, mimándola y cuidándola como si fuera la cosa más preciada en el mundo. Y en cierto sentido, lo era. Aquella tarde, Jazmín se encontraba frente a su armario, observando con frustración los vestidos que tenía colgados. Ninguno parecía ajustarse correctamente a su figura cambiante, y su estado de ánimo no estaba ayudando en absoluto. Se quejaba con Leandro, quien la miraba con una sonrisa en los labios, completamente encantado por la situación. — ¿Qué pasa, belleza? — preguntó Leandro con ternura, acercándose a ella y rodeándola con sus brazos protectores —. ¿Todavía no encuentras nada que te guste? Jazmín suspiró, apartando la mirada del armario y encontrándose con los ojos amorosos de su
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