En el aeropuerto me esperaba William rodeado de cientos de periodistas y reporteros gráficos que no dejaban de lanzarme preguntas, tomarme fotos y hacer videos. -¡Bienvenida la número dos del mundo!-, me dijo el presidente de la federación de tenis y me abrazó y besó emocionado. Yo no entendía nada y en realidad, estaba más preocupada buscando a Marcial para comérmelo a besos. Sin embargo, respondí a todas las preguntas hasta por casi dos horas. Me captaron muchísimas imágenes con el trofeo, me hicieron videos y debí tomarme un millón de selfies con aficionados, empleados, azafatas, policías y niños que por miles pugnaban, afanosos, por un recuerdo mío. Disipado, después de mucho rato, el alboroto, encontré al fin a Marcial, sentado en una banca, con las piernas cruzadas, la camina abierta mostrando sus vellos que me llevaban al delirio, la sonrisa larga y tan varonil que me derretía como a una una mantequilla y haciendo brillar sus ojos, con los fulgores que me excitaban y obnubil
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