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CREANDO RECUERDOS.
CREANDO RECUERDOS. ―Nat, ¿a dónde me llevas? ―preguntó Elara entre risas, su voz danzaba en el aire salino de la Riviera Francesa. ―Ya verás, ―dijo él― solo no hagas trampa. Ella apretó su mano con cariño y lo siguió sin resistencia. Hoy marcaba su último día en Francia y Nat había prometido cerrar su estadía con broche de oro. La reunión con los inversionistas había sido un éxito rotundo, y habían decidido regresar al piso para celebrar, entregándose el uno al otro en una noche que prometía ser eterna. Elara se sentía flotar en un sueño del que temía despertar. Sin embargo, la realidad acechaba con la luz del amanecer. Pronto regresarían a Chicago, y cada uno volvería a su antigua vida. No había arrepentimiento en el corazón de Elara, solo la determinación de guardar esos recuerdos, de atesorarlos para los días en que la ausencia de Nathaniel fuera insoportable. Elara había tomado una decisión: una vez que Rose estuviera recuperada, dejaría su puesto. Se iría lejos, tal vez fuera
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ERES SOLO UNA AMANTE.
ERES SOLO UNA AMANTE. Elara empujó la pesada puerta de cristal del hospital y entró en el estéril y familiar ambiente. El olor a antiséptico y la luz blanca la golpearon con recuerdos de visitas pasadas, pero esta vez, su corazón latía con la emoción de compartir su reciente viaje a Francia con Rose. Subió apresuradamente las escaleras, y al llegar a la habitación de Rose, sus ojos encontraron la figura cansada pero sonriente de su hermanita. ― ¡Rose! ― ¡Elara! ―la niña le dio la más hermosa de las sonrisas. ― ¿Cómo está mi pequeña? ¿Me extrañaste? ―Sí, aunque Sara vino a visitarme muchas veces. ―Bueno, ¿adivina? Te traje algo de mi viaje. ― ¿En serio? ¿Qué es Elara? ¡Muéstramelo! La pequeña estaba impaciente como cualquier niño de su edad. Y Elara abrio su bolso y le mostró una hermosa lámpara de noche con la forma de la torre Eiffel. De hecho, Nathaniel la había escogido para ella, pero Elara omitiría esa parte. ― ¡Wauu! Es hermosa, Elara. ― ¿Te gusta? ―Mucho. Ahora tengo
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CELOS MATUTINOS.
CELOS MATUTINOS. Nathaniel salió del ascensor con la respiración contenida, esperando ver a Elara en su lugar habitual. Sin embargo, su espacio estaba vacío, y un nudo se formó en su estómago. La incertidumbre le carcomía por dentro, pero antes de que pudiera dejarse llevar por la ansiedad, la voz de Margarita lo devolvió a la realidad. —Nathaniel, ¿buscas a Elara? Fue a la cafetería hace un momento —dijo con una sonrisa tranquilizadora. Un suspiro escapó de sus labios mientras asentía con un simple. —Gracias, Margarita. Entró en su oficina y la puerta se cerró tras él con un clic sordo. En su escritorio, el itinerario del día lo esperaba junto a una taza de café ya sin calor. Nathaniel frunció el ceño y murmuró un “demonios” cargado de frustración antes de caminar hacia su silla y sentarse pesadamente. Dio un sorbo al café, haciendo una mueca al probar el amargor que confirmaba sus sospechas: Elara estaba molesta por la noche anterior. Apoyó los codos en el escritorio y se llevó
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NO LO QUIERO VER RONDANDOTE.
NO LO QUIERO VER RONDANDOTE.Elara desvió la mirada, sus mejillas teñidas de un rubor que no podía ocultar.—Nathaniel… estamos en la oficina —susurro.Él sonrió y asintió hacia las ventanas oscurecidas.—¿Nathaniel? —replicó él con un tono burlón—. ¿Ya no soy Nat?Inclinando la cabeza aún más cerca, susurró en su oído, su aliento caliente contra su piel.—Nadie puede vernos, Elara. ―Los labios de Nathaniel rozaron la piel de su cuello, provocando un escalofrío involuntario en ella. —Pero estoy tentado de decirle a Jordán Díaz que eres mía.Elara lo miró, su expresión una mezcla de sorpresa y reproche.—No soy tuya, tú y yo…La mandíbula de Nathaniel se tensó, una reacción instintiva a sus palabras.—Parece que hay algún tipo de malentendido —dijo, y presiono su cuerpo contra el de ella mientras una mano se enredaba en su cabello, obligándola a sostener su mirada. —Parece que no has entendido todavía, mi amor. El hecho de que hayamos regresado no cambia nada entre nosotros, no es así c
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UN NUEVO CORAZÓN
UN NUEVO CORAZÓN La sala de operaciones estaba impregnada de una luz azulada y fría, los monitores emitían un zumbido constante, y el aire estaba cargado de una tensión palpable. Adrián, con la mirada fija en la caja conservadora que contenía el corazón destinado a Rose, se perdió en sus pensamientos, reviviendo la conversación que había tenido la noche anterior. «― Dr. Bennett, piénselo, obtendrá mucho dinero y nadie se dará cuenta, solo tiene que alegar que el corazón no sirvió, esas cosas pasan. Adrián apretó el teléfono con fuerza y pregunto bruscamente. ― ¿Quién eres? ―Quién soy no importa, lo que sí debe importar es que puede obtener mucho dinero, más del que jamás imagino. Solo tiene que trasplantar el corazón equivocado, así de fácil. ― ¿Por qué? ¿Qué ganas con eso? ―Lo que yo gano es asunto mío, Dr. Bennett. Ahora dígame, ¿quiere el dinero o no?» Había dicho una voz masculina desde el otro extremo de la línea telefónica. Al principio, Adrián había pensado que se tratab
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SANA Y SALVA.
SANA Y SALVA.Los segundos pasaron como horas hasta que el monitor mostró señales de recuperación. El corazón de Rose comenzó a latir con más fuerza, recuperando un ritmo más estable. Adrián y el equipo continuaron la operación con renovada urgencia, conscientes de que cada momento era precioso. La habilidad del especialista y la rápida respuesta del equipo médico habían superado la complicación, pero la operación aún no había terminado.Con manos estables y una concentración absoluta, trabajaron en silencio, comunicándose con miradas y gestos mínimos. Finalmente, después de horas que parecieron eternas, el nuevo corazón estaba en su lugar, latiendo con fuerza en el pecho de Rose.Adrián permitió que un suspiro de alivio escapara de sus labios mientras observaba los signos vitales estabilizarse en el monitor.―Hemos terminado. ―dijo el especialista, permitiendo una pequeña sonrisa de satisfacción.Adrián asintió, sabiendo que habían dado a Rose una nueva oportunidad en la vida. A pesa
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UN JEFE GUAPO.
UN JEFE GUAPO. TRES DÍAS DESPUÉS… Elara y Sara compartían una tarde llena de risas junto a la pequeña Rose, quien, cuando de repente, la puerta se abrió y lo que parecía ser una montaña de peluche blanco se asomó. Era un oso polar gigante, tan grande que parecía haber escapado de un cuento de hadas. Rose parpadeó varias veces, incrédula, preguntándose si todavía estaba soñando. ― ¿Eso es para mí? ―preguntó con voz temblorosa, dirigiéndose a Elara. ―No lo sé, yo… Elara estaba tan sorprendida como Rose y se disponía a investigar el misterio del oso cuando Nathaniel apareció detrás del peluche, con una sonrisa juguetona. ― ¿Tú eres Rose Vance? ―preguntó con una voz que sonaba como música. ―Sí… soy yo ― respondió la pequeña. ―Bueno, señorita Vance, esto es para usted ―dijo Nathaniel, acercándose a la cama con el oso. Rose miró a Elara buscando confirmación. Al recibir una sonrisa tranquilizadora, extendió sus brazos lo más que pudo para abrazar al peluche. ―Gracias, pero ¿quién e
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NUNCA VOY A DARLE UN HIJO.
NUNCA VOY A DARLE UN HIJO. El vapor aún se enroscaba en el aire del baño cuando Elara, envuelta en una toalla, salió de la ducha. Los azulejos fríos contrastaban con el calor que aún emanaba de su piel. Sus ojos, curiosos y un poco confundidos, siguieron la figura de Nathaniel mientras él se abrochaba los puños de una camisa blanca impecable. ― ¿Vas a alguna parte después del trabajo? La pregunta salió suave, casi temerosa de romper la tranquila atmósfera que los rodeaba. Nathaniel, cuyo reflejo se dibujaba en el espejo mientras se ajustaba la corbata, no levantó la vista. ―Una cena. ―respondió con un tono que pretendía ser despreocupado ―con los padres de Victoria. Elara sintió un pellizco en el pecho. Victoria, siempre Victoria. Pero con un esfuerzo, mantuvo su voz neutral. ―Eso suena importante. ―Ella quiere que todo sea perfecto. ―Nathaniel finalmente la miró a través del espejo, sus ojos esquivando los de ella. ―Sabes cómo es. ―Sí. ―murmuró Elara, sintiendo cómo las palab
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UN MES.
UN MES. Elara se quedó mirando la carta de renuncia que acababa de firmar. Justo en ese momento, su teléfono vibró con insistencia. Era Zayd, y su corazón dio un vuelco. Dudo un poco en contestar, pero lo hizo. ―Zayd… ― ¿Cómo está Rose? ―preguntó Zayd al otro lado de la línea, su voz cargada de preocupación. Había estado en un viaje de negocios. ―Está recuperándose de la cirugía. Todo salió bien ―respondió ella, sintiendo un alivio que no esperaba compartir con él. ―Eso es una buena noticia, deberíamos celebrarlo. ¿Qué tal si comemos juntos? ―No... no sé si es buena idea ―murmuró Elara, su corazón aún en una encrucijada de emociones. ―Vamos, solo es una cena, además quiero que me lo cuentes todo. ― insistió Zayd, y algo en su tono la convenció. El restaurante era un bullicio de vida y alegría, pero ellos dos tejían una burbuja de complicidad entre risas y anécdotas. Lo que no sabían era que Nathaniel estaba allí, en una esquina oculta, observándolos con una mirada que destilaba
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INVITACIONES DE BODA.
INVITACIONES DE BODA. El silencio en la oficina era un muro invisible, pero tangible, entre Elara y Nathaniel. Ambos, sumidos en sus pensamientos, evitaban cruzar sus miradas, como si en ellas pudieran leerse las preguntas sin respuesta que flotaban en el aire. La puerta se abrió de golpe, rompiendo la tensa calma. Victoria entró con un aire de suficiencia, su mirada gélida rozó a Elara antes de posarse en Nathaniel. Sin preámbulo alguno, se acercó a él y lo besó en los labios. El beso fue un estallido sordo en el silencio, un golpe directo al corazón de Elara. Ella respiró hondo, su pecho se elevaba con dificultad bajo la presión de su dolor. Desvió la mirada evitando ver la realidad que se desplegaba frente a ella. Victoria se separó y con un gesto íntimo limpió los restos de su lápiz labial de los labios de Nathaniel, marcando territorio. ―Hola, amor. ―dijo con extrema dulzura. Nathaniel que había sido tomado por sorpresa, no pudo evitar posar sus ojos en Elara, pero ella estab
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