—¡DILIA! —escuchamos el grito de Patricia—. ¡Llama a urgencias, por favor! —Dilia ingresó corriendo, la seguí, pero me quedé afuera de mi habitación, escuchando—. Le llegó a cuarenta, —decía Patricia al borde del llanto—. Mi amor, por favor chiquita, no asuste a mami.Toda la piel se me erizó, yo podía ser el causante de ese estado. Mi tía me dijo que María Paula pasaba con mi todo por todos lados. Que era admirable el cómo la niña me quería sin que me conociera.» Comenzó a delirar, llama a urgencias, voy a meterla debajo de la ducha, llama a su pediatra Dilia, por favor. —decía desesperada. Las manos me temblaban. La nana salió.—Señor, la niña lo necesita a usted. Ella lo adora de una manera extraña, Eugenia también, pero ahora que la niña sepa que usted la está cargando, va a mejorar, por favor.Ingresé a la que fue mi recámara y estaba intacta salvo por la cuna, me acerqué y ahí estaba mi hijo, mi hijo. Mi bebé. Contrólate, José Eduardo, era cachetón como me dijo mamá, dormía pro
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