Todos los capítulos de Obligada a casarme con el hermano de mi EX: Capítulo 11 - Capítulo 20
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11. Santos defiende a su esposa
Elizabeth Torrealba ahogó un jadeo y Renato se dio la vuelta con el entrecejo fruncido. En cuanto descubrió a la dueña de aquella voz, sonrió con malicia. — Tú no te metas, este asunto es entre mi mujer y yo. Mejor ocúpate en ser la zorra de Santos. — ¡Renato! No le hables así, es la esposa de mi hermano — defendió Elizabeth, avergonzada. Nadie de su familia sabía que su esposo la maltrataba, aunque lo sospechaban. — Y tú eres la mía y te niegas a cumplirme. Qué irónico, ¿No? Pero eso lo resolveremos ahora mismo — gruñó, arrastrándola de nuevo por el pasillo. Ana Paula parpadeó. No podía permitir que se la llevara e hiciera con ella quién sabe que cosas a las que Elizabeth se negaba. — ¡Suéltala! ¡La estás lastimando! — lo tomó del brazo, pero, en un movimiento brusco, el hombro se zafó y provocó que Ana Paula se cayera en el piso. — ¡La próxima vez que…! — ¿Qué carajos está pasando aquí? — preguntó Santos Torrealba, apareciendo de pronto por las escaleras. Abrió los ojos al ver
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12. Santos descubre a Ana Paula en una situación cuestionable
Dos horas después, volvieron al auto con más de unas cuantas bolsas. — No has dicho nada en todo el camino. ¿Es que no fue de tu agrado todas las cosas que se compraron? — preguntó ante el silencio de su esposa. Desde lo ocurrido con la insolente dependienta, se había quedado callada y apenas decía que sí o no con un movimiento de cabeza cuando le preguntaba si alguna cosa u otra le hacía falta. — No es eso, todo está precioso. — ¿Y entonces? ¿Por qué no pareces emocionada? Cualquier mujer estaría feliz con llenar su guardarropa con prendas de temporada. — Es solo ropa — respondió ella a cambio, y se encogió de hombros antes de volver la vista a la ventana. Santos se quedó atónito por varios segundos. Por supuesto que era solo ropa, pero no para una mujer ambiciosa como ella. ¿Hasta cuándo seguiría fingiendo? Leonas también notó esa particularidad en ella y ya comenzaba a hacerse internamente demasiadas preguntas respecto a la ardua investigación que había hecho. ¿Existía alguna
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13. Una pizca de confianza
— ¿Qué hacías afuera a esta hora? — preguntó con los ojos entornados. Quería escuchar que se inventaba. — Lo que pasa es que ese hombre, Renato… — Vaya, lo admites. Pensé que no tendrías el valor para decir que estabas con él. Los vi, y muy juntos — gruñó indignado, y se pellizcó el puente de la nariz antes de volver a mirarla —. Intento llevar la fiesta en paz contigo, pero no me la pones fácil. Ana Paula parpadeó, negando. — Tienes que escucharme, tienes que dejar que te explique. — Ah, es que tienes una explicación — murmuró, sonriendo irónicamente. Ella asintió, valiente. — La hay. Ese hombre me llevó al jardín, me amenazó, me… — ¿Te amenazó? — Sí, me dijo que no te dijera nada, pero… yo temo por la vida de mi hijo — confesó con un nudo en la garganta. — ¿Cómo sé que lo que me estás diciendo es verdad? No es que Renato sea santo de mi devoción, pero tú tampoco lo eres. Ninguno de los dos ha hecho nada para tener mi confianza. — Te estoy diciendo la verdad — continuó ella
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14. ¡No vuelvas a hacer eso!
Llamó a su puerta, y ansioso, no esperó a que ella contestara para abrir. La encontró caminando de un lado a otro. Se miraron, sin saber qué decir. — Lo que viste allá abajo… — se aclaró la garganta, de pronto nervioso. ¿Qué ocurría? Él nunca se ponía así. — No tienes por qué darme explicaciones — le dijo ella, acercándose a la ventana. Su corazón latía. Santos entornó los ojos ante esa desinteresada respuesta. ¿Le daba igual si estaba con otras mujeres? Probaría cuánto. — Tienes razón, no debo hacerlo. Pero te lo aclaro para que no creas que tú puedes pavonearte por allí cualquier día con un hombre — dijo en tono agrio. Ana Paula se giró, abrazada a sí misma. Esa noche llevaba uno de esos vestidos que compraron juntos y en lo particular a él le fascinaba como se le veía. Su vientre resaltaba hinchado y a sus mejillas le daba precioso tono melocotón. Un deseo inexplicable por ella aumentó. — ¿Qué si lo hiciera? Tú estabas haciendo exactamente lo mismo hace un momento. Yo también
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15. No iba a manipularlo
La mañana siguiente, en el comedor, a punto de servirse los alimentos, una de las mucamas le informó al CEO Torrealba, que su esposa se encontraba indispuesta y no bajaría a la mesa con ellos, que la disculparan. — De acuerdo, si es así, que nadie la moleste — dijo con desinterés, creyendo que se trataba de un capricho por lo nuevamente sucedido entre ellos la noche anterior. No lo iba a manipular. No esta vez. Ya iba siendo hora de que fuese firme con ella, como debió seguir siendo desde un principio. Claro, reconocía que él también había provocado uno que otro malestar entre ambos, lo que no era bueno para el bebé que venía en camino. Las mujeres Torrealba se miraron entre sí. — Hijo, ¿Por qué no vas a ver cómo está tu esposa? — preguntó Julia. — Ana Paula está bien, madre — respondió él, sin mirarla. — ¿Te aseguraste de que así fuera? Digo, con eso de que no duermen juntos… — Ya te expliqué la razón del porqué no dormimos juntos, madre — después las miró a las tres con gesto
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16. Culpable y preocupado
Subió rápido las escaleras. Entró después de tocar. Ella estaba acostada, de espaldas a él, así que no podía ver su rostro. — Me dijeron que no has querido comer nada, y si esto es un capricho tuyo, te advierto que no solo te estás perjudicando a ti, sino a tu propio hijo. ¿Tan inconsciente eres así? — le dijo en tono críptico, pero, para su sorpresa, ella no replicó, ni siquiera se inmutó — ¿Piensas ignorarme? Al ver que ella seguía sin responder, el CEO se acercó a su cama y sin pensarlo la hizo girarse a él de inmediato. Sus ojos enseguida se abrieron. Ella no solo temblaba de cuerpo entero y tenía la frente perlada en sudor, sino que tenía el rostro de un pálido enfermo. — ¡Ana Paula! — se sentó a la orilla de la cama y tocó sus hombros, cuello y mejilla, ansioso, solo para comprobar que su joven esposa estaba prendida en fiebre. Su corazón comenzó a latir de preocupación — ¡Eh, Ana Paula! Palmeó sus mejillas con demasiada delicadeza, pero nada, aunque estaba consciente; pues
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17. No tuviste que haber dicho eso
Entró a la habitación a la que la habían trasladado. Ella dormía boca arriba, serena, ya no sudaba ni le temblaban los labios. — Creí que estaba despierta — mencionó en voz baja a su amigo que se había quedado cruzado de brazos bajo el marco de la puerta. — Se habrá quedado dormida otra vez, el exceso de sueño es un síntoma muy común en su estado. — Me quedaré con ella. — Bien, avísame si necesitas algo. Es muy probable que tenga que pasar la noche aquí para tenerla monitoreada. — ¿Puedes decirle a mi madre y abuela que vuelvan a casa? No tiene caso que sigan aquí si yo me quedaré con ella. — Por supuesto. Él asintió antes de quedarse a solas con ella. Minutos más tarde, mientras observaba a la nada a través de la ventana, escuchó un suave sollozo. — No, por favor, no me quites a mi hijo — al principio, se quedó pasmado, luego se dio la vuelta y descubrió que Ana Paula se movía y quejaba con debilidad — Es mío, es mi hijo… no nos separes, me necesita. El corazón del CEO se enc
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18. Fin a todo aquello
Elizabeth y Leonas respiraban agitados después de lo ocurrido en la parte trasera de aquel auto. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo había pasado, pues se dejaron llevar sin importarles nada más. Sin embargo, todo cambió cuando el móvil de ella sonó. Se puso pálida. Era Renato. — No le contestes — le pidió el hombre que acababa de convertirse en su amante. Ella negó. No podía hacer eso. — Si no lo hago, él podría… — bajó la mirada, sacudió la cabeza y comenzó a abotonarse la camisa rápidamente. No se había desnudado por completo, al menos no de la parte de arriba, y es que aunque la bruma del deseo casi la hizo perder toda perspectiva, no podía permitirse que Leonas la viese desnuda. — ¿Podría qué? — él la instó a completar lo que iba a decir, con los ojos entornados. “Matarnos a ambos”. Esa hubiese sido su respuesta, pero, a cambio, solo tomó una profunda respiración y se llevó el teléfono a la oreja. — ¿Sí? — intentó escucharse natural. — ¿Es más importante foll4r con tu a
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19. La habitación de Cesar
El resto del día, no volvió a saber de él. En el almuerzo bajó cuando una de las mucamas le avisó y allí escuchó que no los acompañaría. Durante la cena, no fue tan distinto, era como si ella no existiera en lo absoluto para él, como si lo que hubiese sucedido la noche anterior significara menos que nada, pues apenas terminó sus alimentos, se despidió de su familia y re retiró sin mirarla siquiera. Los demás días fueron casi igual. — Discúlpalo, querida, ha tenido días difíciles en la empresa — le había dicho Julia al notar la increíble tensión que existía entre su hijo y esa muchacha. Ana Paula esbozó una pequeña y cálida sonrisa. — Entiendo — respondió al terminar sus alimentos, entonces dejó la servilleta a un lado y se incorporó — Me retiro, buenas tardes. — Oh, cariño, espera — le pidió la mujer, también incorporándose — ¿Por qué no das un paseo por la casa? Hace un buen día y solo pasas en tu habitación. — Me gustaría, pero, la casa es tan grande que creo que podría perderm
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20. Esa no es la letra de Cesar
Ana Paula se llenó de valentía — Es la carta que me dejó Cesar como despedida. — ¿Él mismo te la entregó? — necesitó saber. — No, pero… — ¡Carajo! — gruñó, colocando las manos en su cintura y echando la cabeza hacia atrás. — ¿Qué? Con la mirada roja del desconcierto y miles de cosas pasando por su cabeza, alzó el papel en un puño y la miró. — Esta no es la letra de Cesar — él mejor que nadie lo sabía, pues pasaba horas leyendo que su hermano escribía para darle su opinión. — ¿Qué? ¡No! ¡Es imposible! — Ana Paula negó, pero él la tomó de la mano y la sacó de su habitación para demostrárselo. Bajaron las escaleras y no se detuvieron hasta llegar al despacho. Allí él se acercó al escritorio y tomó uno de los libros más recientes en el que su hermana anotaba sus ideas y lo abrió para ella. La pobre y desconcertada Ana Paula comparó ambas letras, eran completamente distintas. Se llevó una mano a la boca y otra a su vientre, horrorizada, temblando de asombro. — ¿Entonces… quién es
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