Ana no pudo contener el sollozo. Mario se acercó a ella y, tomando sus hombros con delicadeza, pronunció su nombre con suavidad:—Ana…Ella, no queriendo revelar su fragilidad, giró el rostro para esconderse. Sin embargo, Mario, con firmeza y ternura, la atrajo hacia su pecho. Pronto, la camisa en su pecho se humedeció con las lágrimas de Ana.Después de años de distancia, sus emociones estallaron; lloró sin consuelo en los brazos del hombre que tanto había amado y odiado, sin guardar nada, dejando al descubierto toda su vulnerabilidad.Mario la envolvía en sus brazos, ofreciéndole soporte y consuelo. En ese momento, hubiera dado su vida por ella; murmuraba su nombre al oído, intentando calmarla, pidiéndole que no llorase, que su llanto le desgarraba el alma.Emma, que jugaba cerca con una pelotita, se acercó a ellos justo cuando se abrazaban. Ana, sorprendida y algo avergonzada, se apartó rápidamente de Mario.Volteándose hacia él con voz trémula, exclamó:—¡Lo siento, me dejé llevar!
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