Con dificultad, Eleanor descendió del escenario, su cuerpo exhausto reflejaba la ardua tarea que acababa de realizar. Cada paso parecía pesarle más que el anterior, y la debilidad la envolvía con cada instante que pasaba.Justo cuando la fatiga amenazaba con doblegarla, su cuerpo inclinándose hacia la inevitable rendición, una presencia reconfortante la detuvo. Una voz cálida, como un abrazo audible, resonó en sus oídos. Era Maximiliano, un compañero en esta travesía, quien había percibido el agotamiento en la hazaña de Eleanor.Maximiliano, con una agilidad casi instintiva, corrió hacia ella. Sus ojos reflejaban admiración y alivio al tiempo que sostenía con delicadeza a Eleanor, quien se encontraba al borde del colapso.El príncipe Marckus, con paso decidido, se aproximó rápidamente hacia Maximiliano, quien sostenía con delicadeza a la santa en sus brazos. Las luces del palacio iluminaban el camino, guiándolos por pasillos majestuosos hacia la estancia preparada.El interior del pal
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