Bajo la implacable lluvia, Maximiliano y Eleanor avanzaron, cada paso dejando su huella en el suelo ahora embarrado. Las gotas de lluvia, como pequeñas agujas, golpeaban con insistencia, creando un sonido constante que llenaba el aire. Después de unos minutos, ya irremediablemente empapados, llegaron a una pared de tierra cubierta de maleza. Eleanor, con determinación, movió las ramas y hojas que crecían como una cortina natural. Detrás de este velo de la naturaleza, descubre un pequeño túnel. Sin vacilar, Eleanor se adentró en la oscuridad, y Maximiliano, confiado en ella la siguió de cerca. El túnel inicial, estrecho y húmedo, los llevó a través de unos cuantos metros. En ese espacio confinado, con el sonido apagado de la lluvia como su compañía, Maximiliano notó que la postura de Eleanor, aunque aún serena, llevaba consigo un peso invisible. Su cabello, ahora oscuro y pegado a su piel, acentuaba la silueta de su rostro que parecía sumido en sus pensamientos más profundos. A medid
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