ORDEN CUMPLIDA. En la penumbra del estudio, Zade se encontraba inmerso en un mar de pensamientos tumultuosos. Frente a él, sobre el escritorio, reposaba el diario de su padre, las páginas marcadas por el paso del tiempo y las confesiones de un hombre que ya no estaba. A su lado, el anillo con la inicial “F” centelleaba débilmente bajo la luz mortecina de la vela. Era un símbolo que había jurado, le llevaría hacia la venganza, una promesa grabada en lo más profundo de su ser. Con la mirada fija en aquellos objetos, Zade se debatía internamente. Recordaba el peso de la promesa hecha a su madre, la promesa de hacer pagar a aquellos que habían traído dolor a su vida. Sin embargo, la imagen de Fausto cruzaba una y otra vez por su mente, desdibujando los contornos de aquel juramento. Revivió el momento en el que Fausto lo había salvado, interponiéndose entre él y el lobo rebelde que amenazaba con desgarrarlo. El gesto de Fausto había sido instintivo, un acto de valentía que contradecía to
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