Escoltada por los hombres de Massimo, subo a la limusina. Todo mi cuerpo entra en tensión, pero logro controlar mis nervios para que nadie pueda notarlo. Me acomodo en el asiento y giro mi cara hacia la ventana. De un momento a otro, la inseguridad se ha apoderado de mí y ha enterrado sus uñas alrededor de mi cuello. Respiro profundo e intento ralentizar los desbocados latidos de mi corazón.―¿Estás bien, Isabella? ―pregunta Massimo, cuando sube y se sienta frente a mí. Estoy tan distraída que ni siquiera lo escuché entrar―. ¿Estás segura de que puedes hacer esto?Asiento en respuesta.―Lo estoy, Massimo, por favor, ten un poco de más confianza en mí.Juego con los dedos de mis manos sin darme cuenta. Gesto nervioso que lo pone en alerta.―Te conozco, Isabella, no puedes mentirme ―indica con preocupación―, algo te tiene inquieta. Será mejor que lo saques ahora que tienes la oportunidad de hacerlo.Respiro profundo y lo miro a la cara.―No se trata de Lud, Massimo, si es eso lo que está
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