Horatio encontró a Isla en la sala de copias, la había estado buscando por algunos minutos antes de dar con ella. La observó desde la puerta en silencio, esperando que ella se diera cuenta de su presencia, pero parecía demasiado perdida en sus pensamientos. Deslizó su mirada por su cuerpo, absorbiendo cada detalle. Una idea cruzó por su mente y entró. Cerró la puerta con cuidado de no hacer ningún ruido y colocó el pestillo. Después avanzó hasta ella en silencio. —Hola, dulzura —saludó mientras la tomaba de las caderas. —¡¿Qué demonios?! Me asustaste. —No era mi intención —comentó entre besos a lo largo de su cuello. Isla se inclinó hacia un lado y eso le sacó una sonrisa. Siempre se mostraba receptiva a sus caricias. —Seguro que no —dijo ella con ironía. Horatio le dio la vuelta y la besó como en verdad llevaba deseando toda la tarde. Necesitaba mucho más, pero eso debía bastar por el momento. Desde que regresaron de Génova, un poco más de una semana atrás, no habían tenid
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