La noche envolvía la casa de Alberto en una atmósfera de silencio tenso. El patriarca de la familia se hallaba inquieto por las evasivas de Maximiliano con respecto a su madre. La duda, como una semilla sembrada en su mente, comenzó a germinar y a hacer estragos en sus pensamientos. Aunque había prometido a su hija no volver a intervenir en su vida, sentía que su deber como padre era velar por su bienestar, incluso cuando ya era una mujer adulta. Juliet era su tesoro más preciado, la única familia que le quedaba después de tantas pérdidas, y estaba decidido a protegerla con todas sus fuerzas. Mientras Alberto se sumía en sus pensamientos, Maximiliano, en otra habitación, miraba el techo con la mente llena de inquietudes. Las palabras de su suegro resonaban en su cabeza, recordándole lo peligroso que podía ser que Alberto empezara a indagar sobre su pasado. Nunca debió haber mencionado a su madre, pero negar su existencia sería una mentira demasiado grande. Su madre, su verdadero hoga
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