En las sombrías profundidades de Nápoles, en un lujoso escondite que alguna vez fue un monasterio del siglo XVI, Carlo Romano, el temido y respetado capo de la familia Romano, contemplaba su imperio. Su oficina, un vasto salón con techos altos y ventanas de vidrieras, estaba decorada con un exquisito mobiliario antiguo y tapices que contaban historias de poder y conquista.Carlo, un hombre de estatura imponente, con un traje negro a medida, tenía un aire de brutalidad refinada. Sus ojos oscuros y su expresión impasible ocultaban una mente astuta y despiadada. Los negocios ilícitos de Carlo incluían tráfico de drogas, extorsión, y contrabando de armas. Su reputación era de un hombre que no dudaba en eliminar a cualquiera que se interpusiera en su camino.La enemistad entre la familia Romano y la familia de Alessandro, los Lombardi, se remontaba a varias generaciones. Una disputa territorial en los años 20, cuando las dos familias eran todavía pequeñas bandas rivales, se convirtió en un
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