En la mañana me levanto y me veo en el espejo, ¡Dios!, estoy muy inflamada, ni siquiera con unos lentes de sol puedo disimular la inflamación de la cara. —Buenos días señora Mariela, ¿puedo entrar? —Sí, pasa. —Me imaginé que estaba así, vine a traerle una pastilla para que le baje la inflamación, así no puede salir a la calle. Después que sale Mariela de la habitación, vuelven a tocar la puerta. —Pasa Mariela. —No es Mariela soy yo, estoy llegando de viaje y lo primero que hice fue venir a verte. Trato de ocultar mi rostro, pero de inmediato se da cuenta. —Amiga, déjame verte, ese loco, maniático te hizo esto, ¿dónde está?, me va oír, le voy a decir hasta del mal que va a morir, aunque sea lo último que haga en mi vida. —No está, ya salió, no quiero que le reclames, si lo haces te va a prohibir entrar a esta casa, si eso ocurre, con quién voy hablar, yo no tengo amigos, la única eres tú, Lucía es mejor que no le digas nada. —Ami
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