A la mañana siguiente Cuando Evana abrió los ojos, sintió que la arropaba un raro calor, olió ese perfume de menta y maderas. Se enderezó al instante, y lo miró ahí, a su lado, en esa cama, ella abrazada a su pecho, él abrazando su cuerpo. Evana aún tenía ese vestido maltrecho, sintió vergüenza, sus mejillas se pusieron rojas, se alejó poco a poco, sin apartar su mirada de ese hombre, dormido era tranquilo como un pequeño bebé, sonrió al pensarlo. Marcus Ford era un hombre muy guapo, debía tener algunos treinta y cinco años, era codiciado por muchas mujeres, sin embargo, nadie pudo atraparlo. «¿Solo yo? ¡No! Solo es un vil trato, pronto acabará, volverá a ser libre, ojalá encuentre una buena mujer, que lo ame con locura, él lo merece», pensó. Marcus despertó unos minutos después, enderezándose con duda, sin saber donde estaba, bostezó y su nombre vino a su mente. —¡Evana! Ella asomó su cabeza en el cuarto de baño, deteniendo el ruido de su secador de pelo. —Ya casi estoy lista
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