13. Eres mía, solo mía, Yadira…
El beso se profundizó, y la pasión, que había estado latente durante años, se desató como una tormenta. Guillermo la sostuvo con firmeza, pero con dulzura, como si temiera que ella se desvaneciera entre sus brazos. Yadira, a su vez, se aferró a él, sus manos recorrieron su espalda, sintiendo la fuerza que yacía bajo la tela de su camisa, sus músculos, esa piel que deseaba perfilar con los dedos.Entre susurros y caricias, se movieron juntos, un baile tan antiguo como el tiempo mismo. Guillermo la condujo hacia el escritorio de madera oscura en la esquina de la habitación, despejando con un movimiento suave los papeles y objetos que descansaban sobre él. Los labios de Guillermo dejaron los de Yadira solo para trazar un camino de besos ardientes por su cuello, arrancando suspiros entrecortados de los labios de ella.—Eres mía, solo mía, Yadira… —murmuró él contra su piel, su voz sonó en un ronco susurro lleno de deseo.Ella no pudo hacer más que asentir, perdida en la sensación de ser c
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