88. REGRESO A SANTA MÓNICA
Sofía seguía a su esposo, César, hacia el auto que aguardaba a la familia. Al divisar a Mía y su madre, una ola de sorpresa la inundó. Conocía su historia y, en cierta medida, la comprendía, pero no podía evitar albergar cierta reticencia hacia Mía. De repente, su mirada se cruzó con la del vagabundo que habían encontrado durante su paseo por el lago; él la observaba con insistencia desde lejos.—César —llamó con suavidad, captando su atención. Él giró la cabeza hacia ella, su rostro era un lienzo de frialdad—. ¿Podríamos invitar a aquel hombre a venir con nosotros? Sofía se hizo a un lado, permitiendo que la mirada de César se posara en la figura desaliñada que ella señalaba. No podía explicarlo, pero sentía un impulso irrefrenable de prestar ayuda. César, sin decir una palabra, asintió y volvió a centrar su atención en su pequeño hijo. Parecía buscar refugio en el amor puro e incondicional que solo un niño puede ofrecer.Mientras tanto, Sofía, acompañada de Fenicio, se acercó al va
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