El Sir, al escuchar la pregunta de su único hijo, notó un deje de temor en su voz y se detuvo, girándose hacia él. Sin pensarlo dos veces, lo abrazó, dejando a César sorprendido y sin saber cómo reaccionar. Aunque temía por la vida de su hijo y esposa, en ese momento su padre lo abrazaba como si fuera un niño asustado.—Estás a salvo aquí, hijo mío—, dijo el Sir sin dejar de abrazarlo, como si necesitara sentir eso, más por el miedo que él mismo había experimentado que por el que pudiera tener su hijo. —Nunca más permitiré que corras peligro como hoy, te doy mi palabra de honor.—Padre...—, alcanzó a decir César.—Sí, soy tu padre que estuvo ausente toda mi vida, por eso no puedo permitirme ahora, que te he encontrado, no asumir mi papel como debí hacer desde que naciste—, continuó el Sir. Separándose de César, se dirigió al mayordomo. —Llévalos a las habitaciones que mandé a arreglar especialmente para ellos. Mi nieto está muy asustado, descansen. Mañana analizaremos todo. César y
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