Los días que siguieron fueron una tortura para ambos, ¿quería a mi esposo? No, yo amaba a Hafid, y cada vez que huía de su toque, sus caricias, me sentía morir, pero no podía caer ante él, ante nadie, no solo luchaba por mi vida, era la de todos, si me doy por vencida le fallaría a la tribu, aunque estuviera traicionando mi corazón, debía permanecer firme, y gracias a Dios mi sacrificio, tuvo su recompensa, solo una semana basto, para que Hafid me jurara que no tomaría la vida de Selim. — ¿Aun no has hecho tu maleta Leila? — su voz sonaba triste, tenía tantas ganas de arrojarme a sus brazos y preguntar qué le sucedía, pero sabía muy bien lo que era. — No y no me siento bien como para realizar algún viaje Hafid. — mi cabeza dolía, desde el día que discutimos por Selim. — Basta Leila, por favor, no soporto estar así. — sus manos envolvieron mi cintura y lo único que pude hacer, fue aferrarme al tocador, ver su reflejo y el mío por el espejo era una imagen digna de retratar. — ¿Crees
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