La mama de Alejandra era una mujer bajita y regordeta con el pelo corto y los mismos ojos que su hija. Cuando sonreía, dos hoyitos asomaban en sus mejillas. –Mamá... –Deja que te vea, Alex. Qué guapa estás. –Mamá, he venido con Marcelo. Él me ha traído hasta aquí. Marc apareció en ese momento con la maleta en la mano y, casi sin pensarlo, Alejandra se apoyó en él. Lo hacía por instinto, como algo natural. Le había dado el poder de ser su ancla y no podía ni imaginar lo que tardaría en volver asostenerse sola, a ser independiente. –Estamos aquí por una razón –dijo él, pasándole un brazo por los hombros. –¿Por qué razón? –preguntó Carlota, mirándolos con cara de sorpresa. –Mi madre debería estar aquí también, pero pronto le daremos la noticia. –¿Qué noticia? –exclamó. –Cariño... –Luc miró a Alejandra–. ¿Quieres contárselo tú o...? No era así como Alejandra había esperado darle a su madre la noticia de que iba a ser abuela, sino más bien sentadas en la cocin
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