Artem nos empezó a hablar de un programa de muñecos que vio la otra noche y de cómo le gustaba tanto que quería que Santa se lo trajera para tenerlos en su habitación. Sus ojitos brillaban con emoción, contagiándonos con su entusiasmo infantil.Darko, con su característica atención paternal, sacó su teléfono y lo mostró.—¿Cuál de estos programas es? —preguntó.Artem, entusiasmado por la atención de su padre, señaló emocionado en la pantalla con una risa juguetona, sus ojos brillaban con pura alegría.—¡Paw patrol! ¡Mira, son perritos! —exclamó con un brillo travieso en su mirada.—¿Qué más deseas que te traiga Santa? —inquirí, buscando alimentar la magia del momento.—Tres carros, dos motos, dos cuatrimotos, una casa en el árbol, montones de juguetes y ropa como la tuya, papá. Pero no de niño —añadió, frunciendo ligeramente su pequeño ceño, lo cual me hizo derretir de ternura—. También quiero...—¿Tienes más deseos, pequeño? —exclamé, genuinamente sorprendida por la extensión de su l
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