Tenía miedo. Apenas me había acercado al helicóptero completamente apagado y sentía que, en cualquier momento, caería desplomada en el suelo, porque mi corazón se detuviera por el temor. Pero, más miedo a eso, me daba ver enojado a quien es mi esposo.Anoche ya había visto de lo que era capaz y no quería darle motivos para que hiciera lo que ayer no se atrevió a hacer. Por lo que, me quedo en silencio, intentando controlar mi miedo, aunque mis manos temblorosas, me delatan. — Pareces una gelatina. Deja de temblar tanto. No te estas enfrentando a la muerte — se queja Helmut y yo trago duro para humedecer mi garganta seca. — Para mí es algo como la muerte. Siento que, con solo verlo, podría morir y por eso, dudo que pueda subir a ese aparato que jamás debió ser inventado. Así que, si tienes prisa, puedes irte en eso, que yo me iré en el yate. Que tenga un buen viaje — digo intentando huir de mi situación.Pero, Helmut se niega a ser un buen esposo o al menos hacer una buena obra en el
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